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Una foto que Kirchner nunca compartiría, la de los "perdedores"

18/07/05

LAS RELACIONES ENTRE EL DEPORTE Y LOS VALORES DEL PODER

Una foto que Kirchner nunca compartiría, la de los “perdedores”

Por Gustavo Campana, especial para Prensa De Frente

Aunque el doble discurso del poder lo niegue, se vive como se juega y se juega como se vive. Los “viejos” valores que inspira el deporte están presentes en cada capítulo de la lucha popular, pese a los discursos pragmáticos que pelean por dejarnos sin sueños y que fueron plantados por el menemismo, en su rol de posgrado cultural de la última dictadura militar, hace casi 15 años.

Nadie es, fuera de la cancha, la otra cara de la moneda con relación a su forma de vivir y todos encaran la lucha cotidiana con la misma entrega, solidaridad, vocación ofensiva, respeto por las leyes y “jogo bonito” que soñamos para nuestro equipo desde la tribuna. Los que buscan la victoria a cualquier precio, los que acuñan que sólo hay espacio para los vencedores, niegan que “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”…

No sucede todos los días, pero muchas veces de un supuesto pequeño dato que la agenda mediática cuelga de la tapa de los diarios se puede proyectar una mirada al servicio de un análisis distinto. Leer entrelíneas para construir nuevos disparadores, que de una escena frívola o superficial planten cuestiones de fondo, es una responsabilidad ineludible que tienen quienes están de este lado del mostrador en los medios de comunicación. Un compromiso militante ante cada tema que propongan las diarios de las más importantes corporaciones en su batalla por monopolizar cada vez más el mensaje.

El eje de estas líneas fue el encuentro que hace pocos días tuvo Néstor Kirchner, en Casa de Gobierno, con un grupo de jugadores de la NBA que encabezó Emanuel Ginóbilli, acompañado por Andrés Nocioni y Carlos Delfino. Campeones olímpicos en Atenas y protagonistas de un hecho sin precedentes: tres argentinos jugando en el corazón del más alto nivel mundial. Demasiadas medallas en el Salón Blanco como para que algún funcionario se perdiera la foto.

Desde el costado político-social más elemental surgen los primeros cuestionamientos. Un par de preguntas que desde el hombre común deja sin respuestas a cualquier burócrata: ¿cuándo las audiencias presidenciales serán “más generosas” con la atención de las cuestiones más prioritarias, en un país herido de muerte?; ¿cuándo los protagonistas anónimos de la pelea de todos los días tendrán acceso al diálogo directo con los gobernantes, para gritar la verdad sin intermediarios?.

Mientras el presidente recibía a los “ganadores”, después de recorrer varias provincias del norte argentino, reclamando la erradicación del hambre infantil, llegaba a Plaza de Mayo la iniciativa del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo. Ni en la agenda, ni en la tapa de los diarios había lugar para ellos.

Finalmente, la foto de manual mostró a Kirchner y a todos los jugadores del proyecto que el norte bautizó para el sur como “Básquet sin fronteras”. El presidente y el bahiense que logró por segunda vez el torneo en el básquet más importante del mundo eran los protagonistas centrales de la foto con los ganadores, de esa costumbre de abrir las puertas de la sede del Gobierno sólo para los que la historia reconoce, para los primeros.

Después de repasar la imagen se podía preguntar, aun corriendo el riesgo que siempre implica rozar la ingenuidad: ¿para cuándo la foto con los perdedores?, ¿cuándo un presidente posará, con su mejor sonrisa, apretando fuerte la mano de un tipo que volvió sin trofeos, después de dignificar la pelea que implica jugar con los más poderosos, por la gloria o el olvido?

El pensamiento instalado por el poder, que expone su escala de valores trazando un paralelo entre victoria y vida y entre derrota y muerte, exige primero no perder, y esa actitud es lo más parecido a dejar las cosas como están, a no romper relaciones con el malo conocido. El empate soñado en el vestuario significa no arriesgar, no pelear y en nada se parece a la igualdad lograda remontando una derrota, que muchas veces hasta se cocina con el mismo sabor del triunfo.

El puntito firmado antes que comience el partido es hermano de ese sentimiento conservador que envuelve al espíritu de gran parte de la clase media argentina y que la aleja cada vez más del que tiene más cerca. Soñar con utopías es lo más parecido a no firmar el empate y es sinónimo de lo más hermoso que encierra el deporte que es, sin lugar a dudas, intentarlo.

Salir a la cancha tendría siempre que implicar buscar la victoria, porque aceptar jugar implica medir fuerzas con otro, superior o no, para pelear por doblegarlo.

A mediados de la década del ’80 el cine norteamericano produjo “Escape a la victoria”, una ficción que nació de una historia real en medio de la Segunda Guerra Mundial. En un campo de concentración los nazis les proponen a un grupo de presos que formen un equipo para jugar un partido de fútbol contra un equipo de atléticos soldados alemanes. La película termina con la victoria de los presos, la invasión del campo de juego por la multitud que estaba en las tribunas y la fuga de los integrantes del equipo, confundidos con los hinchas.

La verdad fue otra y bien vale para apuntalar lo que queremos decir. Gran parte del Dynamo de Kiev ingresó al Ejército Rojo y estaba cautivo en un campo. Los descubren y la oficialidad alemana los reta a un partido. Sabían perfectamente lo que podía pasar con ellos si ganaban: dejar en ridículo a la “raza superior” podía significar la muerte. Pero ni firmaron el empate, ni quisieron ser invitados de lujo de la victoria nazi. Fueron fieles a la pelea que habían protagonizado primero con una camiseta de fútbol en el pecho y después en el campo de batalla. Y sin medir los riesgos, le pidieron a la orquesta que toque, porque el baile estaba por comenzar. Ganaron los del Dynamo y la historia terminó con más de una decena de rusos fusilados. Muy lejos del final feliz de aquella película con Stallone, Pelé, Ardiles y Deyna.

En cuanto a lo de la “vergonzosa” foto con los perdedores, a diferencia del poder a ellos el pueblo nunca los esquivó y se encargó de levantarles altares para que nadie olvide a los campeones sin corona. Amó el boxeo callejero de Gatica por encima de la prolijidad y el estilo depurado de Prada; lleva en su corazón al Ford de Oscar Gálvez, aunque el mundo del automovilismo sólo hable del “quíntuple” y aplaudió sin límites las locuras de Corbatta o el “Hueso” Houseman por la punta derecha, aunque los dos hayan estado siempre muy lejos de una vida políticamente correcta.

Fuente: "Prensa de Frente"

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